martes, octubre 07, 2008

Día 431, martes

Alicia Pillman estaba harta de todo. El éxito y el dinero que le generaba trabajar en la bolsa de valores de Lima a los treinta y dos años decrecía conforme avanzaba el tiempo y caía en la cuenta de que se tenía por una completa inútil. Cuando entró por primera vez al mundo de los mercados bursátiles, acababa de salir de la facultad y era una chica empeñosa de 27 años dispuesta a comerse al mundo. La primera vez que ganó 20,000 dólares en una sola jornada se sintió como volando por las nubes de la burbuja financiera que vivía los Estados Unidos. Ahora, en cambio, ganar dinero a costa de especulaciones y fluctuaciones en el mercado financiero le parecía soso y aburrido. Ni el alza en los precios de los minerales y los commodities le alegraba en lo absoluto. Fue entonces cuando estalló la crisis. Wall Street cayó y no parecía tener intensiones de volver a levantarse. Muy pronto, los mercados financieros de todo el mundo sitieron la pegada. Lima no fue la excepción. La depresión sumió entonces a Alicia Pillman y se encaprichó con ella. Todos los días se despertaba muy temprano, en la mañana, y la invadían unas ganas terribles que quedarse tendida en la cama y no hacer nada. Se preguntó entonces para qué trabajaba. No tenía novio, no tenía hijos, no tenía vida social. Venía de una familia acomodada y sus padres no parecían necesitarla en lo absoluto. Un día cayó en la cuenta de que existía porque su imagen apareció publicada en la portada de un diario especializado en economía. Ella se sujetaba la cabeza con ambas manos mientras al fondo la pantalla electrónica de la bolsa de valores de Lima marcaba otra jornada negativa. Los números rojos desde entonces no dejaron de perseguirla. Dejó de usar su carro para volver a sentir aquel contacto con la gente que desde hacía tanto tiempo necesitaba. Le hizo bien salir a la calle, tomar un micro en aquella avenida bulliciosa y quedar atrapada en el tráfico del centro de Lima en hora punta. A su costado, una mujer hablaba por teléfono con un chico y lo convencía de ir a su casa. "Mis papis se han ido de viaje, me han dejado solita", decía ella, para luego hacer un puchero con la boca y decir "¡bu! ¡bu! ¡buuu!". Aún entonces, los números rojos de la bolsa de valores la siguieron cuadra por cuadra. Alicia Pillman se sentía sola en un mundo que le era cada vez más imposible.